Autora: Caterina Günther
La escena underground de la música electrónica ha sido siempre un espacio de exploración, donde la exclusividad y el misterio son fundamentales. Durante años, DJs como Nicolas Lutz, DJ Masda o Fumiya Tanaka han construido sus carreras sobre la base de una búsqueda meticulosa, excavando en las profundidades de tiendas de discos remotas y colecciones olvidadas para encontrar esos tracks únicos que definen un set, una noche, un momento. El concepto de ser un digger es, en sí mismo, un acto de resistencia contra la homogeneización de la música. Pero en la era de las redes sociales, esa exclusividad está siendo extremadamente desafiada. Al igual que en otros ámbitos, como el turismo masivo, donde la divulgación de calas secretas, por ejemplo, termina por masificar y arruinar esos rincones escondidos alrededor del mundo, en el caso de la música, la difusión indiscriminada amenaza con diluir la esencia misma de lo que la hace única.
Las redes sociales, que han democratizado el acceso a la información, han sido un arma de doble filo para la escena musical. Lo que antes era un viaje personal y solitario ahora se comparte con un simple clic. El auge del fenómeno del track ID es un reflejo de este cambio. Antes, descubrir un track raro era un logro que podía marcar la diferencia en un set. Ahora, esa diferencia se borra rápidamente cuando alguien sube un video de la pista de baile y cientos de personas preguntan en los comentarios: “¿Track ID?”. En cuestión de minutos, la información se propaga por foros, páginas de Instagram y grupos de Facebook, despojando a ese track de la exclusividad que le daba valor en primer lugar. Lo que un DJ ha encontrado tras horas de búsqueda, ahora está al alcance de cualquiera, sin necesidad de esfuerzo, sin la emoción del descubrimiento.
A esta dinámica se suman los grupos de Telegram, que han llevado la difusión de música underground a un nivel aún mayor. Estos grupos, que comparten listas completas de tracks que suenan en los sets de los DJs más reconocidos, representan un desafío directo para la cultura digger. No solo se trata de compartir música, sino de hacerlo de manera que casi cualquier persona, con el mínimo esfuerzo, pueda acceder a esa selección cuidada y exclusiva que define a un selector. La música que debería ser un secreto bien guardado, ahora se comparte masivamente, diluyendo su impacto y trivializando el arduo proceso de búsqueda que es fundamental para la cultura del vinilo.
En este contexto, plataformas como Trommel y Meoko juegan también un papel crucial. Por un lado, estas publicaciones han sido vitales para la promoción y difusión de la escena menos mainstream, ofreciendo visibilidad a artistas y eventos que podrían quedar fuera del radar de la mayoría. Trommel, con su enfoque en el minimal, el electro y el EBM, y Meoko, con su amplia cobertura de la escena house y techno, han ayudado a que esta música llegue a nuevas audiencias. Sin embargo, también contribuyen, sin quererlo, a la erosión de la exclusividad que define la escena. Al amplificar lo que antes era exclusivo, estas plataformas facilitan el acceso a información y música que, en otro tiempo, requerían un compromiso profundo para ser descubiertas. La contradicción está en que, al hacer que lo underground sea más visible, también lo vuelven menos underground.
Este es el dilema central que enfrenta la escena diggeren la era digital: cómo preservar la esencia de lo exclusivo, lo raro, lo desconocido, en un mundo donde todo se comparte al momento. DJs como Raphael Carrau, Brasi, Anthea o Matthias, dueño de Superluminal Records, se encuentran en una encrucijada. Pueden optar por resistir el cambio, manteniendo un perfil bajo en redes sociales, evitando la difusión de sus track IDs, y confiando en que la profundidad de su conocimiento y su habilidad para sorprender siga siendo su carta de presentación. O pueden adaptarse, aceptando que la escena ha cambiado y encontrando nuevas formas de mantener la magia del descubrimiento a pesar de la omnipresencia de la información.
Varios DJ de la escena underground han expresado su opinión sobre el impacto de las redes sociales y la dinámica cambiante de la escena. Por ejemplo, la DJ de techno Rebekah habló de cómo la naturaleza “underground” de la escena techno berlinesa tiene capas más profundas de lo que la mayoría de la gente ve en la superficie. Señaló que, “aunque mucha gente cree que forma parte del underground, a menudo no son conscientes de las capas aún más oscuras y auténticas que existen bajo la superficie, difíciles de penetrar en un mundo dominado por la exposición a las redes sociales”.
Binh, conocido por sus sets llenos de temas únicos, expresó su preocupación por cómo la difusión de los identificadores de tracks y el auge de los grupos de Telegram han diluido la exclusividad de las pistas que costaba horas encontrar. Mencionó cómo la «magia» de descubrir y compartir discos raros con un público reducido se pierde rápidamente cuando esas pistas se identifican al instante y circulan por Internet, lo que dificulta la creación de sets realmente únicos.
Pero este no es solo un problema para los DJs, es un desafío para toda la comunidad electrónica. La cuestión de si la música debe ser accesible para todos o si debe permanecer en las sombras, reservada para aquellos que se toman el tiempo de buscarla, es una pregunta que la escena deberá responder colectivamente. Lo que está en juego no es solo la música, sino la cultura misma del underground, un espacio donde la autenticidad, el misterio y el descubrimiento han sido siempre su base.
Esta proliferación de las redes sociales y la identificación instantánea de las pistas, aunque cree polémicas entre los DJ por erosionar la exclusividad de la escena underground, han reportado claros beneficios a los sellos discográficos y las tiendas de discos. Estas plataformas han transformado el proceso de descubrimiento de la música, impulsando la exposición y las ventas de formas que antes eran inimaginables.
Cuando un tema poco conocido suena en una sesión y luego se identifica a través de las redes sociales, puede desencadenarse un efecto dominó. La joya, antes oculta, se convierte en un producto de moda que despierta el interés de los oyentes, deseosos de poseer el disco. Este aumento de la demanda beneficia directamente a las discográficas, que ven cómo aumentan sus ventas. Para las tiendas de discos, sobre todo las especializadas en lanzamientos raros o underground, esta nueva atención se traduce en un aumento del tráfico, tanto en Internet como en las tiendas físicas. La inmediatez de las redes sociales ayuda a que resurjan discos raros, lo que a menudo da lugar a reediciones o lanzamientos especiales que aprovechan este renovado interés.
A medida que Trommel y Meoko continúan cubriendo la escena y que los track IDs y los grupos de Telegram siguen difundiéndose, la pregunta es cómo se adaptará la cultura digger a estos cambios. Quizás el futuro del underground no radique únicamente en la rareza de la música, sino en la profundidad de la experiencia compartida. Al final del día, lo que realmente importa en la pista de baile no es si conoces el nombre del track, sino cómo te hace sentir en ese momento, rodeado de personas que comparten ese mismo instante irrepetible. Es aquí, en la conexión humana, donde reside el verdadero espíritu del underground, un espíritu que, aunque amenazado, sigue siendo indomable.